| Descripción |
En el siglo XVI, el resurgimiento otomano en el Mediterráneo obligó a acuñar series especiales para sufragar las nuevas campañas. Una de ellas fue la proyectada para financiar la expedición de Carlos V a Túnez, en 1535, contra Solimán el Magnífico y su bajá, Barbarroja. Es además en este momento cuando se crea una nueva moneda, el escudo de oro: destinado a sustituir al ducado de tradición medieval, se convirtió en la pieza de oro característica de la Castilla de la Edad Moderna.
La expedición del Emperador para luchar contra los turcos de Túnez requería cuantiosos medios económicos. La empresa, que se venía preparando en Barcelona desde 1534, contó para su financiación con el oro y la plata procedentes de Perú. Ante la lentitud de la casa de moneda de Sevilla, se decidió el envío de los metales recibidos a Barcelona, donde Carlos I había mandado reunir oficiales, capataces, obreros y monederos procedentes de las casas de moneda de Pamplona, Burgos, Zaragoza, Toledo, Perpignan, Cuenca, Fuentes y la propia Barcelona. Por la Real Cédula dada el 30 de mayo de 1535 se ordenaba la acuñación de escudos imperiales con las armas reales y la leyenda CAROLVS QVINTVS IMPERATOR en el anverso, y en el reverso una cruz y en cada extremo una corona imperial y la leyenda HISPANIARVM ET VTRISQUE SECILIE REX. Según la Pragmática, estos escudos debían labrarse con una ley de 22 quilates y un peso de 68 piezas por marco, según el modelo de los mejores escudos de Italia. En plata, se acuñaron tostones con los mismos tipos del escudo, reales, con la misma cruz y leyenda en el anverso, y las columnas con el lema Plus Ultra en el reverso, y algunos medios reales de las mismas señales. Tambén se acuñó moneda pequeña de plata baja a manera de dineros de Cataluña, con las mismas leyendas abreviadas, en el anverso las columnas y en el reverso una cruz de Jerusalén.
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